La paradoja de Ruesta

Isabel Lasobras Pina, Secretaria General de Chunta Aragonesista y Diputada en las Cortes de Aragón

Han sido los responsables de la Confederación Hidrográfica del Ebro los que, después de tantos siglos, han conseguido resolver una de las paradojas clásicas: la denominada “dicotomía de Zenón”.

La anomalía filosófica indica que para recorrer una cierta distancia, hay que llegar previamente a la mitad de ésta, pero antes hay que alcanzar la cuarta parte, y así sucesivamente, por lo que, a pesar del desmentido de la evidencia, se afirma la imposibilidad de llegar al final. Algo parecido ocurre con la rehabilitación del pueblo de Ruesta. Tanta cavilación histórica para concluir descifrando la dicotomía de Zenón en las orillas del pantano de esta localidad.

No se asumen, por parte de los distintos Gobiernos de España, las obligaciones políticas y éticas en cuanto a las denominadas “restituciones territoriales”, dado que, aunque los textos legales sean posteriores, es de justicia y razón, en las obras de regulación que afecten de forma singular al equilibrio socioeconómico del término municipal en que se ubique, “elaborar un Plan de Restitución Territorial que se ejecute de forma simultánea a las mismas, para la compensación de las afecciones. Los proyectos constructivos de la obra principal deberán incorporar los presupuestos destinados a estos fines de restitución territorial”, así lo citan las normas.

¿Igual resulta que, como es una obra del franquismo de finales de los cincuenta, ahora recrecido, y no sólo en la obra, no es de aplicación moral llevar a cabo todos estos preceptos tan racionales? Aquí también hay una buena parte de la “memoria democrática” pendiente de cumplir.

La historia reciente de este pueblo, Ruesta, vaciado porque así se lo impusieron los que mal gobernaban a su gente, está ligada a la obra del embalse de Yesa. Obra que supuso cubrir bajo las aguas los terrenos de huerta de la localidad, el desmantelamiento de la red urbana y, en consecuencia, el despoblamiento de Ruesta en 1965 (368 habitantes), Esco en 1966 (253 habitantes) y Tiermas en 1962 (756 habitantes).

Después del abandono, por un momento, llegó a parecer que algo se movía. De hecho en 2015, a instancia del Ayuntamiento de Urriés, se solicitó una primera reunión con la C.H.E. para explorar si se era posible sumar fuerzas en el trabajo por recuperar la dignidad y el patrimonio de este rincón de Aragón.

Fruto de diferentes reuniones, de llamadas a las puertas y de variadas reclamaciones, donde había que hacerlas, se constituyó, por fin, un grupo de instituciones y entidades implicadas: La “Mesa por Ruesta”, conformada por la propia C.H.E., la Dirección General de Urbanismo del Gobierno de Aragón, la Dirección General de Patrimonio, el sindicato CGT y el ayuntamiento de Urriés. Se consiguió que se diese la vuelta al “calcetín del desánimo” para empujar, por primera vez, en la misma dirección.

Se encargó el “Plan Director”, imprescindible y gran trabajo para realizar las siguientes actuaciones. Se aseguró la parte del “Camino de Santiago en Aragón”, las ermitas afectadas por Yesa…

Sin embargo no es una historia, todavía, con el mejor final. Sin más explicaciones, ni motivos, de todo lo dicho nada, de los avances a la involución. Vuelta a la dicotomía anteriormente citada. Se acabó ir dando pasos para seguir el camino de la recuperación de Ruesta. Está muy claro, su prioridad es hacer presas y no en invertir en la recuperación de los pueblos afectados por esas obras.

Tenemos un compromiso en Chunta Aragonesista y no vamos a parar hasta conseguirlo. Se han encontrado con la tenacidad hecha política, que se crece cuando tiene razones, evidencias y argumentos. Dispuesta a desmontar también estas paradojas absurdas de las administraciones públicas.

Las palabras de Julio Llamazares, en su también clásica aportación a la literatura y a la filosofía, nos aporta, con sus hermosos textos, los motivos y las ganas para seguir: “Día a día, en efecto, a partir de aquella noche junto al río, la lluvia ha ido anegando mi memoria y tiñendo mi mirada de amarillo. No sólo mi mirada. Las montañas también. Y las casas. Y el cielo. Y los recuerdos que, de ellos, aún siguen suspendidos. Lentamente, al principio, y, luego ya, al ritmo en que los días pasaban por mi vida, todo a mi alrededor se ha ido tiñendo de amarillo como si la mirada no fuera más que la memoria del paisaje y el paisaje un simple espejo de mí mismo”.



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