12 Nov Aprender del desastre: la importancia de anticiparse a los efectos del cambio climático
Javier Carbó, secretario territorial de Chunta Aragonesista en las comarcas turolenses
El pasado 4 de noviembre tuve la oportunidad de visitar, junto a una delegación de CHA, la localidad de Montalbán, una de los lugares afectados por el nuevo episodio de la dana que también ha afectado a territorios y comarcas aragonesas como Hoz de la Vieja, Libros y Olba… Es el momento de conocer sobre el terreno los problemas para adoptar las decisiones políticas urgentes destinadas a apoyar económicamente la reparación de los bienes e infraestructuras dañadas. Y hacerlo de manera coordinada entre todas las instituciones públicas implicadas para poder ser más eficaces en la resolución del problema creado.
Además hay que aprender de lo ocurrido porque situaciones como la vivida, fruto de un evento de precipitación extrema, van a ser más frecuentes e intensas, según señala la comunidad científica, en un mundo más cálido consecuencia del cambio climático antropogénico. Es un proceso que ya está aquí y para el que, como vemos, no es necesario esperar décadas en ver sus efectos. De hecho, ya hemos visto episodios recientes en el Jiloca, a finales del último mes de agosto, o en la propia ciudad de Zaragoza, en julio del año pasado.
Aun así, observamos día tras día, desde un discurso que podemos calificar cuando menos de irresponsable, a formaciones políticas que alientan e incluso jalean posturas negacionistas alejadas de la realidad de los datos y de la ciencia, pongamos que hablo de Nolasco.
El cambio del clima es una realidad y son necesarias, desde ya, acciones de mitigación ligadas a la reducción global de emisiones de gases con efecto invernadero, para limitar el calentamiento del planeta a niveles seguros para los sistemas naturales, pero sobre todo para las actividades antrópicas.
Es imprescindible también asumir la necesidad, en el corto y medio plazo, de medidas efectivas de adaptación de nuestras comarcas y lugares a la posibilidad de eventos climáticos extraordinarios. Si bien no podemos actuar sobre la intensidad y volumen de la precipitación, sí podemos adoptar medidas encaminadas a evitar pérdidas humanas y reducir las materiales, siendo para ello herramienta esencial una ordenación territorial que minimice la exposición al riesgo y evite que se desarrollen espacios habitacionales, infraestructuras de comunicación o actividades económicas en zonas potencialmente inundables. Igualmente deberíamos implicar a todas las administraciones públicas a los trabajos de mantenimiento básicos en la red de alcantarillados, acequias y canales para evitar colapsos que contribuyen a multiplicar el efecto devastador de las riadas.
Resulta además urgente revisar los criterios de cálculo de indicadores de peligrosidad, como los periodos de retorno, que se están mostrando insuficientes en el actual contexto climático.
Y es por supuesto necesaria una ley integral sobre cambio climático que vaya más allá del control y comercio de emisiones y que integre de forma transversal todos los aspectos que tiene que ver con el territorio desde la perspectiva de la adaptación a esta nueva situación. Asimismo, se debería plantear la monitorización de cuencas fluviales especialmente peligrosas y la revisión de los protocolos de acción en tiempo real, incluido el ámbito laboral, ante los mensajes de alerta emitidos por confederaciones hidrográficas y la Agencia Estatal de Meteorología. Sin olvidar que se debe profundizar en la educación de la población sobre los riesgos naturales, la prevención y la respuesta individual y colectiva ante ellos.
Aprender de los errores para no volver a cometerlos, anticiparse a unas situaciones que, lamentablemente, van a ser cada vez más frecuentes en número y en la gravedad de las afecciones causadas.