El puente que nos están desmontando

Javier Carbó Cabañero, Secretario Territorial de Chunta Aragonesista en las comarcas turolenses

La sanidad pública es como un gran puente que une a una sociedad con su derecho más esencial: el de ser cuidada cuando más lo necesita. Un puente firme, levantado durante décadas con el esfuerzo de miles de profesionales y el compromiso colectivo. Cada hospital, cada consulta, cada cama es una viga que sostiene esa estructura común que nos protege a todos, sin distinción.

Pero este verano, en Teruel, ese puente ha comenzado a crujir. El cierre anunciado de cincuenta y siete camas en plena temporada estival —el 20% de las disponibles en los hospitales Obispo Polanco y San José— comenzó a aplicarse el pasado domingo, día 1. El consejero de Sanidad, Sr. Bancalero, lo justificó con un pretexto técnico: “tareas de mantenimiento de infraestructuras en todo el territorio aragonés”.

Y sin embargo, la ciudadanía —esa que supuestamente será beneficiada con tales mejoras— y quienes sostienen a diario el sistema desde dentro, han salido a la calle. Algo no encaja. No se protesta cuando se refuerza un hospital, sino cuando se debilita. No se alzan pancartas por las obras, sino por los cierres. Cada verano se clausura una planta. Cada año desaparecen camas que no vuelven. El personal sanitario se reduce o no encuentra relevo. Y cada vez que nos retiran una tabla, un tornillo, una pieza del puente, nos dicen que es temporal, que se hace por nuestro bien. Pero cuando miremos atrás, ya no quedará ni la sombra de aquel paso firme que nos garantizaba una atención digna.

El historiador turolense Eloy Fernández Clemente, al recibir el Premio Aragón en 2022, nos recordó: “Es fundamental la conciencia crítica, que permitió nacer y desarrollarse así esta tierra hermosa”. Esa conciencia crítica es la que hoy se expresa en las calles. Porque no hay defensa más urgente que la de lo común cuando comienza a tambalearse. La ciudadanía no es ingenua: sabe que los derechos no desaparecen de golpe, sino tabla a tabla, hasta que el vacío se vuelve costumbre.

Las manifestaciones de estos días no son solo un grito de auxilio, son también un acto de resistencia cívica. Porque si no alzamos la voz ahora, acabaremos cruzando otro puente: más brillante quizás, pero de peaje. Uno privado, selectivo, que excluye a quienes no puedan pagar su acceso. Y entonces comprenderemos, tal vez demasiado tarde, que aquel viejo puente público, con todos sus remaches, tensiones y desgastes, era en realidad nuestro mayor logro.

No permitamos que lo desmonten, viga a viga, sin que se escuche el estruendo.



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