Aeropuerto de Teruel: turbulencias a la vista

Secretario Territorial de Chunta Aragonesista en las comarcas turolenses

El aeropuerto de Teruel ha sido, en los últimos años, una historia de éxito poco común en Aragón. Lo que nació como un proyecto cuestionado, se ha consolidado gracias al impulso del anterior Gobierno de Aragón y al esfuerzo compartido con empresas innovadoras.

Hoy, el recinto es un referente europeo en actividades industriales, logísticas y aeroespaciales: desde el mantenimiento y estacionamiento de aeronaves hasta la experimentación con dirigibles estratosféricos o plataformas de vuelo autónomo.

Este modelo ha tenido un mérito añadido: demostrar que en territorios históricamente castigados por la despoblación se puede generar riqueza desde la innovación, y no solo a través de la vieja lógica extractivista. Durante décadas, Aragón interior ha sido tratado como un territorio del que sacar carbón o energías renovable “para llevarla fuera”. El aeropuerto de Teruel rompió ese patrón: no era una mina, sino un motor; no un almacén de recursos, sino un polo tecnológico de futuro.

Sin embargo, hoy ese rumbo claro corre el riesgo de desdibujarse. La tentación de poner el proyecto al servicio de la agenda militar puede hipotecar lo conseguido. Basta mirar hacia Zaragoza para comprender el peligro. Allí, el control aéreo sigue en manos del Ejército desde los años noventa, lo que provoca cierres nocturnos, limita la actividad civil y llega incluso a condicionar la expansión del polígono de Plaza, como ha ocurrido más recientemente con la petición del Ministerio de Defensa.

¿Queremos repetir ese error en Teruel? La reciente presentación del CIEMA, centro de entrenamiento militar con base en el aeropuerto, es un síntoma de que la balanza puede inclinarse en esa dirección. Se trata de alertar de que, si ese eje se convierte en el dominante, el proyecto civil y tecnológico quedará relegado a un segundo plano.

El riesgo es evidente: volver al viejo patrón extractivo, ahora en clave espacial o de defensa, donde el territorio sirve como campo de pruebas o zona de paso, pero no como generador de riqueza estable. Y ese sería un fracaso colectivo. Ubicar aquí lo que molesta o perjudica en otros territorios, en otros aeropuertos.

Su futuro debe seguir siendo el de un nodo industrial, logístico y tecnológico, abierto al mundo y a la innovación, no el de una plataforma subordinada a decisiones ajenas.

Aragón ya ha pagado demasiados peajes por un modelo de desarrollo que extrae recursos sin dejar valor añadido en el territorio. No convirtamos también el cielo en otra mina. El aeropuerto de Teruel debe seguir siendo un proyecto colectivo, generador de empleo cualificado, riqueza e innovación. Un activo estratégico, sí, pero al servicio del desarrollo civil.

Porque lo que está en juego no es solo una infraestructura: es la posibilidad de que un territorio históricamente olvidado dibuje, por fin, su propio futuro.

Javier Carbó Cabañero



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