
20 May Cuando el mercado da la espalda al medio rural
Oliver Navarrete Cabestré, presidente del Ligallo de Cuencas Mineras de Chunta Aragonesista
El reciente anuncio de Alcampo S.A. sobre su plan de reestructuración —que podría afectar a 710 trabajadores y provocar el cierre de hasta 25 supermercados en todo el Estado— ha encendido todas las alarmas en varias comarcas turolenses.
Calamocha y Utrillas figuran entre las localidades en riesgo de perder uno de sus principales servicios comerciales. En total, tenemos en nuestras comarcas con siete tiendas de esta cadena y más de 270 empleos directos. Pero el problema va más allá de los números.
Lo que está en juego aquí no es solo la continuidad de un supermercado. Es la sostenibilidad de un modo de vida. Es el futuro de territorios que ya conocen demasiado bien la fragilidad que impone la despoblación. Cuando una gran empresa toma una decisión “técnicamente razonable” desde la lógica del beneficio, el daño que provoca en el tejido social y económico de zonas como Calamocha o Utrillas es desproporcionado y, a menudo, irreparable.
Alcampo justificó este ajuste con el argumento de que algunos de los establecimientos adquiridos en 2023 al grupo DIA no cumplían con las expectativas previstas: mala localización, baja rentabilidad o alta “tasa de esfuerzo”. Pero, ¿desde qué óptica se mide la rentabilidad? Porque para una gran multinacional, puede que un supermercado en la calle Cañizarejo de Calamocha no sea más que una cuenta en rojo. Para una familia de esa misma localidad, es acceso a alimentos, empleo, dignidad. Para una cooperativa hortofrutícola de la zona, es uno de sus pocos canales de distribución estables. Y para un joven que quiere quedarse a vivir allí, es un ancla frente al éxodo obligado.
No estamos ante un hecho aislado. Es una constante. El medio rural, salvo cuando se le explota como recurso turístico o se le idealiza en discursos políticos de ocasión, sigue sin contar a la hora de tomar decisiones importantes. El cierre de servicios se acumula: escuelas, cajeros, trenes, ahora supermercados. Cada vez que uno desaparece, el círculo se estrecha. Se vive un poco peor. Se pierde un poco más de esperanza.
Si algo necesita el medio rural es estabilidad que no se logra solo con discursos o planes de marketing institucional. Se construye día a día con decisiones valientes, como mantener abierta una tienda aunque no dé beneficios millonarios. Como apoyar a los productores locales. Como pensar que cada puesto de trabajo en una pequeña comarca no vale menos que cien en una capital.
En muchos pueblos no hay “alternativa” al supermercado que ahora peligra. Ni hay opción real de compra online, ni comercio de proximidad que pueda absorber ese vacío. Hay, simplemente, vecinos y vecinas que sienten que les están cerrando la puerta una vez más.
Aún hay tiempo para reaccionar. Para que las mesas de negociación que se abrirán en las próximas semanas no sean un mero trámite. Para que la empresa comprenda que su reputación también se construye en el Aragón que lucha por seguir vivo. Y para que los gobiernos, autonómico y estatal, dejen claro que quien quiera hacer negocio aquí también tiene que comprometerse con el territorio.
Porque sin gente, sin empleo y sin servicios, no hay país. Solo desierto.