01 Dic El estigma, la epidemia que más nos cuesta frenar
Jorge Lázaro, Coordinador del Rolde LGTB de Chunta Aragonesista
El 1 de diciembre se conmemora en todo el planeta el Día Mundial del VIH/sida, una fecha que debería impulsarnos a reflexionar sobre cuánto hemos avanzado científicamente, pero también sobre lo lento —demasiado lento— que sigue siendo el avance social para con las personas que viven con VIH y sufren el estigma y la discriminación asociados.
En un día como hoy resulta obligado recordar el mensaje más transformador de la última década: “Indetectable = Intransmisible”. Es decir, que una persona con VIH que sigue correctamente el tratamiento antirretroviral y mantiene su carga viral en niveles indetectables no puede transmitir el virus por vía sexual. La evidencia es firme, robusta e incuestionable. Pero mientras la ciencia habla alto y claro, la sociedad aún susurra.
Y en este mundo en el que no se escucha lo importante pero se oyen a gritos las fake news, todas aquellas informaciones sobre sexualidad, disidencias, minorías y diversidad, el VIH sigue escondido bajo un murmullo. Y, es que, hay temas que no se nombran porque incomodan, porque cuestionan prejuicios heredados, porque obligan a mirarnos de frente. Y esa voz baja y contenida de ese susurro impide que hablemos desde la razón y desde los datos, impidiendo combatir un estigma que tanto daño ha hecho y sigue haciendo.
Un estigma que, además de profundamente cruel, se ha alimentado durante décadas de falsedades, connotaciones homófobas y sesgos clasistas y racistas. Porque el VIH, frente a lo que se ha creído durante años, no entiende de géneros, clases sociales, orientaciones sexuales o niveles educativos. Y tampoco la discriminación asociada: los silencios incómodos, las miradas que juzgan, las exclusiones, las rupturas de pareja tras comunicar un diagnóstico, o el rechazo directo. Y toda esa violencia viene todo el rato de todas partes. Y cada vez que se ejerce esa violencia se refuerzan unos prejuicios que los hacen más difíciles de desmontar.
Pero es que el miedo al estigma también tiene un coste sanitario incontestable porque retrasar “la prueba” hace que personas que podrían haber recibido un diagnóstico temprano acaben con diagnósticos tardíos y con un sistema inmune más comprometido. En este sentido, cada diagnóstico tardío es un fracaso colectivo de una sociedad que prefiere preservar sus miedos antes que salvar vidas.
La medicina ha avanzado décadas en muy pocos años a través de tratamientos de una sola pastilla, mediante la PrEP como herramienta de prevención eficaz o las pruebas rápidas y accesibles. Hoy, vivir con VIH, se ha convertido más en un problema social que en una cuestión médica.
Este 1 de diciembre veremos colgar lazos rojos, escucharemos declaraciones institucionales y veremos alguna que otra acción en calle, pero lo realmente necesario es un compromiso institucional real y sostenido que normalice las pruebas, apostar por una educación sexual integral con información clara y sin complejos, asegurar el acceso a herramientas preventivas y combatir bulos. Hasta que no dejemos de tratar el VIH como un tabú y no desmontemos los prejuicios que arrastramos desde hace décadas, seguiremos siendo una sociedad que discrimina por ignorancia. Y esa sí que es una epidemia para la que, por desgracia, aún no parece que queramos encontrar cura.