El otro rostro de la corrupción

Isabel Giménez Uliaque. Secretaría de Feminismos de Chunta Aragonesista

El feminismo se practica. Se sostiene con actos coherentes, con responsabilidad ética y con una acción política que respete profundamente la dignidad de todas las personas, especialmente de las mujeres.

Por eso, lo que revelan las grabaciones del exministro José Luis Ábalos y su entonces mano derecha Koldo García —repartiéndose prostitutas en actos de campaña— no es solo un hecho sórdido. Es una traición moral. Una forma brutal de corrupción ética.

No basta con relegar este episodio al ámbito de lo privado. No es un desliz personal. Es un atentado político contra la credibilidad de quienes defendemos la igualdad desde posiciones progresistas. No hay mayor hipocresía que predicar el feminismo en los discursos, mientras en los márgenes del poder se comercia con cuerpos de mujeres como si fueran moneda entre compadres. Eso no es solo incoherencia: es el patriarcado de siempre, encarnado con toda su crudeza, para vergüenza de quienes somos de izquierdas.

Simone de Beauvoir lo advirtió con lucidez: “El opresor no sería tan fuerte si no tuviera cómplices entre los propios oprimidos.” En este caso, el cómplice no es solo quien actúa con desprecio hacia las mujeres, sino también quien calla, encubre o minimiza estos comportamientos porque “no conviene”. Mientras se tolere esa miseria, la izquierda no podrá liderar ningún proceso de transformación real.

La prostitución no es un ocio inofensivo ni un terreno neutral. Es un mercado donde las desigualdades de clase, género y origen se hacen carne. Cuando representantes públicos se sirven de este sistema con impunidad, no solo lo reproducen: lo legitiman. Sostienen una estructura que convierte a miles de mujeres en mercancía. No es legalmente aceptable ni moralmente defendible, pero sobre todo es éticamente devastador.

Lo más indignante es que esto ocurra mientras se instrumentaliza el feminismo como parte del discurso público. Amparo Poch y Gascón, médica y feminista aragonesa republicana, escribió: “Educar a la mujer es preparar la verdadera revolución.” Pero no hay revolución posible si desde dentro se perpetúan las mismas lógicas de dominación y explotación.

Un proyecto progresista no puede incluir a quienes cosifican, abusan y reproducen esquemas machistas desde los mismos lugares de poder desde los que aseguran combatirlos. La regeneración política comienza con una verdad incómoda: no solo existe la corrupción económica. También hay una corrupción ética, más insidiosa, que erosiona los principios que decimos defender, traiciona nuestras bases sociales y desacredita luchas históricas como el feminismo.

Este caso es más que un escándalo: es una advertencia. Si no cortamos de raíz estos comportamientos, si no exigimos responsabilidades políticas y éticas, no solo estaremos fallando como movimiento. Estaremos regalándole a la derecha el monopolio de la denuncia. Y eso sí sería el fracaso más imperdonable.



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