
28 Jun Frente al odio, orgullo
Alberto Alcaine Vijuesca , Secretaría de Política Sectorial y Agenda 2030 de Chunta Aragonesista
Cuando decimos que existe un verdadero riesgo de involución en los derechos de la comunidad LGTBI en Europa en general y en el Estado español en particular no utilizamos la retórica del miedo para pretender imponer un relato por intereses políticos: lo hacemos con datos científicos y con una preocupación real por nuestro futuro personal y colectivo.
Todos los meses de mayo, coincidiendo con el Día contra la LGTBIfobia, la sección europea de la asociación internacional de entidades LGTBI publica un estudio sobre la situación del reconocimiento de estos derechos en Europa. Un estudio riguroso y en base a una serie de criterios estandarizados que comparan qué derechos se cumplen o no en cada Estado europeo. La conclusión es que, si bien algunos Estados como el maltés, el belga, el islandés, el danés o el español lideran el ranking con entre un 80% y un 90% de cumplimiento, la media de la Unión Europea apenas alcanza el 50% y la del continente el 40%, y se encuentran ambas en serio retroceso.
No se trata de una amenaza: se trata ya de una realidad palpable para la comunidad que ha alcanzado el espacio geopolítico que hasta ahora había abanderado la lucha global por el reconocimiento de nuestros derechos. Y para muestra, un botón: Reino Unido, que hace diez años se encontraba en un 86% de cumplimiento, en una posición de liderazgo en el continente, se ubica hoy en el 45%, compartiendo espacio en la tabla con Montenegro, Croacia, Estonia, Bosnia-Herzegovina o Moldavia.
Y las sombras de la LGTBIfobia están comenzando a cruzar los Pirineos. Hace unos días conocíamos los datos del informe “Estado del Odio: Estado LGTBI+ 2025” de la FELGTB, que dicen que el 20,3% de la población LGTBI ha sufrido acoso (819.000 personas), el 25,25% discriminación en el empleo o en el acceso a servicios o la vivienda (1.282.500 personas) y, lo que es más preocupante, que las agresiones físicas o verbales han pasado de afectar a un 6,80% de la comunidad en 2024 a hacerlo a un 16,25% en 2025, casi el triple.
Las personas LGTBI no exigimos legislación o derechos por gusto. Lo hacemos porque llevamos a nuestras espaldas unas mochilas cargadas de piedras: nuestros procesos de autoaceptación en un sistema machista y patriarcal que nos denigra por no cumplir las expectativas que nos han sido impuestas, las violencias que vivimos en muchas formas a lo largo de nuestras vidas, la discriminación que sufrimos en la escuela, en el trabajo, entre nuestros iguales o incluso, en las peores ocasiones, en las familias de las que procedemos.
Por todo ello, todavía hoy somos un colectivo vulnerabilizado que precisa de mecanismos que nos garanticen la igualdad de oportunidades. No queremos ser más, sino simplemente iguales. Y es por eso que la legislación que a día de hoy se está cuestionando desde las atalayas del privilegio es un acto de justicia social, una afirmación colectiva tanto de las personas LGTBI como de las que no lo son, de que queremos ser una sociedad abierta, madura y que dice alto y claro que no quiere dejar a nadie atrás.
Así que, este 28 de junio, ante el peligro real de retrocesos para todes, todas y todos, es más necesario que nunca salir a las calles, que juntes, juntas y juntos levantemos la bandera arco iris, la portemos en la solapa, en la pantalla del móvil o en una pulserita. Debemos plantar cara, identificar las rendijas por las que se cuela el odio y cerrarlas, envalentonarnos de nuevo y ocupar todos los espacios públicos para que quienes se sientan fuera de ellos sean quienes odian y quienes promueven el odio. Solo así conseguiremos que los vientos continúen soplando a favor, sin miedos, sin vergüenzas, sin armarios, sin intolerantes.
Porque frente a la deshumanización de quienes reducen nuestras identidades a una ensalada de siglas, frente a las argumentaciones simplonas para cuestionar o desprestigiar derechos, frente a la negación de nuestras identidades o de nuestra propia existencia como corpus político, están nuestras alianzas, pero, sobre todo, está nuestro orgullo.