Tierra de Festivales: cuando la cultura no puede quedarse quieta

Javier Carbó Cabañero, Secretario Territorial de Chunta Aragonesista (CHA) en las comarcas turolenses

Hubo un momento, no hace tanto, en que hablar de los llamados “festivales turísticos” era hablar de ilusión, de colaboración entre asociaciones, de cultura viva y descentralizada.

Nacieron en 2018 con una partida modesta de 60.000 euros y con el propósito de apoyar a los colectivos sin ánimo de lucro que, desde los pueblos, mantenían encendida la chispa de la actividad cultural más allá del verano. Con el tiempo, la propuesta creció, alcanzó los 115.000 euros y, ya al final de su segunda legislatura de vida, se buscó un nombre que diera unidad y visibilidad a aquel esfuerzo colectivo: Tierra de Festivales. Un logotipo, una marca, una identidad para reunir bajo una misma figura toda esa energía cultural dispersa por la provincia.

Hoy, sin embargo, ese nombre ha quedado en desuso, arrinconado, sin promoción ni impulso institucional. Los dos últimos presupuestos de la Diputación Provincial de Teruel han mantenido congelada la partida en los mismos 115.000 euros. No se ha perdido, pero tampoco se ha avanzado. Y en cultura, como en tantas cosas, quedarse quieto también es retroceder.

Tierra de Festivales fue mucho más que una suma de ayudas. Fue el reconocimiento a quienes, desde la base, organizan eventos que llenan de vida los pueblos, que diversifican la oferta cultural y que rompen con la idea de que la cultura solo florece en verano. Gracias a esas asociaciones, más de 25 festivales turísticos de distintas disciplinas —música, teatro, arte contemporáneo, cine o naturaleza— se han consolidado en el calendario, generando actividad, atrayendo visitantes y dando sentido a la palabra territorio.

Pero detrás de cada escenario hay mucho más que artistas. Hay técnicos de sonido, electricistas, transportistas, empresas de iluminación, proveedores de sanitarios portátiles, camareros, food trucks, artesanos, productores agroalimentarios y un sinfín de profesionales que conforman lo que podríamos llamar la industria cultural del medio rural. Cada festival mueve recursos, crea empleo y da oportunidades. Y todo eso depende, en buena medida, de que exista un apoyo estable y sostenido en el tiempo.

Un ejemplo simbólico es el Festival de las Grullas, que este mes de noviembre celebrará una nueva edición en el entorno de Gallocanta. Curiosamente, ese mismo festival abre también el año en febrero, cuando las aves regresan a sus lugares de anidamiento. Dos citas, dos estaciones, un mismo espíritu: el de un territorio que encuentra en la cultura una forma de vida.

Por eso sorprende que una iniciativa con tanto valor tangible e intangible haya quedado congelada en el tiempo. No solo en lo económico, sino también en lo simbólico. El logotipo de Tierra de Festivales, que nació para visibilizar una red común de eventos, es hoy una imagen olvidada. Y lo que no se ve, en política y en cultura, acaba por no existir

El debate sobre los presupuestos de 2026 vuelve a poner sobre la mesa la importancia de decidir qué papel se quiere dar a la cultura en el desarrollo provincial. Mantener viva Tierra de Festivales no debería ser un gesto de nostalgia, sino una apuesta de futuro. Porque allí donde hay un festival, hay movimiento; donde hay movimiento, hay vida; y donde hay vida, aún hay esperanza para nuestros pueblos.



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