El ‘reto democrático’

Joaquín Palacín, Presidente de Chunta Aragonesista

“Todo es propaganda menos la realidad”, así se describe, por parte del periodista Ramón Lobo, un síntoma del problema. Cuando los nuevos tiempos no acaban de llegar y el pasado está todavía sin cerrar, se abre paso, por esa “falla abierta”, lo que hasta la fecha creíamos caduco, pero que ahora son renovados pensamiento contra-democráticos.

Estamos viviendo una etapa donde la degradación política ha erosionado cimientos que, hasta ahora, creíamos muy sólidos porque estaban fundados en valores tan democráticos como la justicia social, la igualdad de las personas y la libertad individual…

No habíamos soportado en los tiempos más recientes, ni en número, ni por su capacidad de calado en todos los estratos de la sociedad, un precedente tal de aluvión constante de ideas tan negacionistas, de actuaciones en contra todos estos principios esenciales.

Sea para rebatir los derechos humanos más elementales como para negar la necesidad de actuar ante el cambio climático o para cuestionar el valor del rigor científico, aparecen, inevitablemente, en todos los debates, los argumentos involucionistas que, hasta la fecha, no gozaban de ningún reconocimiento y contaban con escasísimo apoyo social.

Este escenario aleja inexorablemente del debate político a quienes pueden colaborar con nuevas propuestas, dejando el territorio de la razón asolado por el desierto del menosprecio, del ataque sistemático, plagando las discusiones de argumentos infundados, abandonando el espacio de las ideas para acudir, directamente, a la crítica de lo más personal.

Hay incluso quienes, en nombre de su derecho a libertad, manosean la palabra, la retuercen hasta el límite, para imponer solo su criterio, sin interiorizar el impacto que sus acciones puedan tener sobre otras personas.

El retraimiento de estos valores básicos está teniendo un coste creciente. Si se hace de modo inconsciente es muestra de esta degradación política aludida, pero también existe la posibilidad, más que preocupante, de que toda esa toma de decisiones sea incluso voluntaria, preparada. Toda una estrategia para desplazarnos a un modelo social futuro, donde nuestras posibilidades reales de libertad se van a ver mermadas en favor de intereses minoritarios, pero más poderosos.

A estas alturas la pregunta es evidente: ¿Cómo la revertimos?, ¿qué debemos hacer para lograrlo? Los pensadores contemporáneos han mostrado la necesidad de una honesta, rigurosa y adecuada praxis política como mecanismo de defensa de los valores de la democracia.

Lo que se está dilucidando, en estos momentos, es tan importante que nadie puede automarginarse. Se hace necesaria una regeneración, usando el “concepto costista” (en este año el 175 aniversario de su nacimiento), que debe empezar por cada persona, por cada sociedad, por cada gobierno y país.

Es necesario ir recuperando, como recomienda el historiador Judt, la confianza ciudadana en la democracia. Es imprescindible lograr que las personas se reconozcan en los gobiernos elegidos, se les preste atención, sean escuchados, se sientan partícipes de las decisiones adoptadas para resolver mejor todos los problemas esenciales.

Debemos abogar, por tanto, en el valor de la “honradez intelectual” en los vínculos de la política con la ciudadanía. Ir avanzando hacia el ideal de una “congruencia blindada” entre el pensamiento político ofrecido y la acción posterior desde las decisiones adoptadas por los gobiernos.

Otra clave es trazar una nueva forma de entender la participación, donde se dé también apertura a las razones que contradicen nuestra opinión, con transparencia e información constante. Todo ello dentro de un marco de colaboración entre las distintas administraciones públicas porque todas deben compartir el mismo fin: mejorar la vida de las personas.

El debate debe ser capaz de aportar iniciativas frente a la simplificación tan latente y tan alejada de lo fundado en el conocimiento. Debemos huir tanto de la soberbia de las tentaciones elitistas en política, al modo y manera de un nuevo “despotismo ilustrado”, como también de la tentación de caer en los irresolubles laberintos del populismo, lamentablemente tan pujante ahora.

La regeneración democrática deber ser una prioridad relevante en la agenda política porque sin ella será inviable cualquier decisión para abordar la necesaria transición digital, la energética y la ambiental o avanzar en la necesaria reducción de las desigualdades sociales y territoriales.



Ir al contenido